El concepto de "caos mata grieta" no es solo una frase provocadora. Es una advertencia sobre lo que ya está ocurriendo: el reemplazo de la lógica binaria que ordenó a la Argentina por más de una década —kirchnerismo vs. antikirchnerismo— por un clima de inestabilidad permanente, donde los liderazgos se desgastan rápido y las instituciones pierden peso ante un malestar social que se intensifica. El triunfo de Javier Milei fue el detonante más evidente de este cambio de paradigma, pero el fenómeno es más profundo. El electorado ya no se siente representado por las estructuras partidarias tradicionales. La derrota del peronismo en casi todas las provincias donde hubo elecciones, la interna sin brújula del PRO, la disolución del Frente de Todos, y la imposibilidad del radicalismo de construir una identidad clara marcan el fin de una etapa. El “caos” aparece cuando las promesas de un Estado eficaz y una oposición responsable se diluyen. Ni el oficialismo ni la oposición ofrecen soluciones estructurales. Las políticas públicas parecen ser improvisadas, los discursos se endurecen y las acusaciones cruzadas reemplazan al debate real. El Congreso funciona de manera fragmentada, las alianzas son circunstanciales, y los liderazgos, más que consolidarse, se licuan en medio del desgaste cotidiano. Además, la sociedad argentina ya no reacciona desde la lealtad partidaria. Los votantes fluctúan, castigan sin fidelidades, y priorizan el bolsillo y la supervivencia cotidiana antes que cualquier discurso ideológico. La clase política está en un loop de discursos que no logran conmover ni dar respuestas, mientras crece el desinterés ciudadano por las formas institucionales tradicionales. Lo más inquietante es que el “caos” no solo desestructura a la política, sino también al sistema democrático. El riesgo no es únicamente el avance de la antipolítica, sino la deslegitimación generalizada de los mecanismos de representación. En este contexto, la gobernabilidad se vuelve frágil y las salidas a la crisis, imprevisibles. Santiago Caputo, el principal estratega de la presidencia de Milei, lo entendió mejor que nadie. Su plan no es recrear una lógica de orden, sino gobernar sobre el caos: explotar las contradicciones del sistema, tensionar hasta el límite y avanzar mientras los adversarios se desorientan. No se trata de consensuar, sino de resistir. Y en ese juego, la grieta ya no sirve: es lenta, predecible, vieja. En ese tablero, ni el macrismo tiene un horizonte definido, ni el peronismo logra articular una alternativa real. Solo queda el vértigo de una política que gira sin dirección clara, con liderazgos que intentan sobrevivir y una sociedad que ya no espera demasiado. Como dice el nuevo axioma de la era Milei: el caos no es el problema, es la estrategia.