Cristina Kirchner volvió a hacer lo que mejor sabe: ocupar el centro de la escena y reconfigurar todo el tablero político. Su condena y la prisión domiciliaria no la debilitaron; al contrario, la transformaron en el único factor de unidad dentro de una oposición que venía dispersa, sin liderazgos claros y cruzada por internas feroces. En los últimos días, gobernadores, intendentes, gremialistas, piqueteros y hasta sectores de la izquierda se encolumnaron detrás de la figura de la exmandataria, resignando diferencias y postergando discusiones internas. El mensaje de unidad que bajó desde el histórico edificio de Matheu 130 fue claro: Cristina es el símbolo de resistencia frente a la Corte y a Milei.         Incluso figuras que hasta hace poco marcaban distancia, como Juan Grabois o Sergio Massa, bajaron el tono de sus críticas para no desentonar con la liturgia de victimización que despliega el kirchnerismo. Y desde La Cámpora, Mayra Mendoza y Máximo Kirchner aceleraron el operativo para llenar la calle de cara a la marcha del 18 de junio.       El Gobierno nacional sigue con atención este reordenamiento opositor. En Casa Rosada reconocen que la imagen de Milei sigue fuerte en las encuestas, pero advierten que la tensión con la Justicia, las internas con Macri y el ajuste económico pueden licuar su capital si el peronismo logra sostener esta unidad forzada. Mauricio Macri también quedó en un lugar incómodo: el bloque libertario no le da garantías y el PRO enfrenta su propia crisis existencial, sin poder capitalizar el momento judicial de Cristina. Así, mientras la Corte mantiene firme su fallo, Cristina Kirchner logró lo impensado: monopolizar la voz de la oposición, convertirse en bandera de todos los sectores y condicionar la estrategia del oficialismo. Una muestra más de su habilidad para torcer el destino político, incluso desde su departamento de Constitució